Nacido en Alemania hacia los años 1027-1030, Bruno, fundador de la Orden Cartujana, fue un hombre de grandes cualidades morales e intelectuales que contó con una completa formación en diversos campos del saber que recibió en su Colonia natal y en las villas francesas de París, Tours, y Reims, ciudad esta última donde accedió a importantes cargos eclesiásticos y docentes (Canónigo y Maestrescuela de la Catedral) en los que muy pronto alcanzó fama y prestigio.
Cuentan sus biógrafos sin embargo que la intensa actividad que estos cargos estaba muy lejos de las aspiraciones más íntimas de San Bruno quien siempre había manifestado una intensa atracción por la vida eremítica, es decir, por una vida solitaria de total y absoluta dedicación a la oración y la contemplación. Por ello, entrado en su madurez, decidió dar un cambio de rumbo a su vida y acompañado por un grupo de amigos con los que compartía idénticas inquietudes, comenzó a buscar un lugar adecuado, aislado y retirado para poder desarrollar su verdadera vocación. Primero, marchó a la abadía de Molesme, permaneciendo en retiro en Séche-Fontaine, localidad perteneciente a dicho monasterio. Sin embargo, no encontrando allí la radical soledad que él anhelaba, se dirigió junto a sus seis compañeros a Chartreuse, un inhóspito valle, entre montañas, de difícil acceso, a 24 kilómetros de Grenoble, que le fue proporcionado por San Hugo, el Obispo de la ciudad.
Fue en este emplazamiento donde, a partir del año 1084, se inició un modo de vida monástica en cierta medida nuevo y original que fue el germen y principio de la Orden Cartujana. Durante varios años San Bruno guió los pasos de la primera comunidad de cartujos. Sin embargo, pronto tuvo que abandonar aquel lugar ante la petición del Papa Urbano II quien, para poder contar con su ayuda y asesoramiento, reclamó su presencia en Roma.
San Bruno residió en aquella ciudad durante algún tiempo hasta que el Pontífice le permitió retirarse en un pequeño eremitorio, en Calabria (Italia), llamado Santa María de la Torre, que constituyó la segunda fundación de la Orden. Allí permaneció hasta su muerte, acaecida el 6 de octubre de 1101, dejando una huella imborrable en la historia de la Cristiandad, huella que quedó reconocida cuando San Bruno fue canonizado en el año 1514 por el Papa León X. Por entonces su Orden estaba extendida por todo el orbe católico.
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