En Polonia existen 670 santuarios dedicados a la Virgen María, siendo que 288 de sus imágenes son consideradas milagrosas. Sin embargo, hay uno cuyo nombre sobrepasa al de todos los otros por los portentos allí ocurridos: el de Czestochowa (se pronuncia Chestokova), en Jasna Gora (que significa Montaña Blanca o Montaña de Luz).
La imagen, según una piadosa tradición, habría sido pintada por el apóstol San Lucas y las maderas que la sostienen serían las mismas de la mesa de la Sagrada Familia en Nazaret. De Jerusalén, habría sido conducida a Constantinopla y posteriormente traída hasta Polonia. El hecho concreto es que la narración atestigua sobre todo la antigüedad de la imagen.
El canónigo Jan Dlugosz (1415-1480), en su obra Liber Beneficiorum, informa que el príncipe Wladyslaw Opolczyk, al fundar el convento de los padres Paulinos en 1382, dedicado a María Santísima, les ofreció el cuadro de la Madre de Dios, que rápidamente conquistó el corazón de los polacos. Escribió Dlugosz en 1430: “Aquí acude el pueblo fiel de Polonia entera e incluso de los países vecinos —Silesia, Moravia, Prusia y Hungría— para las festividades de la Madre de Dios, en vista de los sorprendentes milagros que, por la intercesión de la Señora y Mediadora nuestra, aquí se realizan”.
La imagen mide 1.22 por 0.82 metros y es hecha de tres tablas de tilo cubiertas por un tejido, y éste por leves capas de yeso. Es sobre este último que fue pintada la figura de Nuestra Señora, teniendo en su brazo al Niño Jesús. La Virgen María muestra una gran majestad y sus ojos parecen estar vueltos más hacia el observador puesto frente a Ella que hacia su Divino Hijo.
Seriedad de la imagen y atentado sacrílego
A diferencia de tantas imágenes de la Virgen que manifiestan bondad, dulzura y hasta sonrisa, la Virgen Negra se caracteriza por una gran seriedad, que parece dar a entender que Ella comparte con los hombres las tribulaciones propias de este valle de lágrimas.
Lo que más llama la atención en la imagen son las cicatrices que ella lleva en su rostro derecho. En efecto, en 1430, ladrones sacrílegos organizaron un asalto contra el santuario. Robaron lo que pudieron, asesinaron sacerdotes, quemaron la iglesia. Al no poder llevarse el sagrado icono, uno de los profanadores descargó dos golpes con su sable en el rostro de la imagen, cuyas marcas permanecen hasta hoy. La historia registra que resultaron inútiles los intentos de cubrir las marcas del sable que dañaron el santo rostro del ícono.
Llevado a la capital —Cracovia— el propio rey Wladyslaw Jagellón asumió los trabajos de su restauración, para lo cual contrató artistas de Rusia y, posteriormente, de la corte de los Habsburgo, en Austria. Como señal de reparación por el sacrilegio, el rey hizo coronar el ícono y lo revistió de un manto de plata. Fue entonces llevado en solemne procesión de regreso a Czestochowa, acompañado de una gran multitud de fieles. El sacrilegio contribuyó para aumentar aún más la devoción a Nuestra Señora.
A partir de Jagellón, todos los reyes polacos, con excepción del último, Estanislao Augusto Poniatowski (1732-1798), después de su coronación se dirigían a Czestochowa para homenajear a la reina de Polonia y pedir su protección, ofreciéndole normalmente en esa ocasión valiosos obsequios.
En 1656, el rey Juan Casimiro le ofreció a Nuestra Señora de Czestochowa todo su reino, con sus ducados, sus ejércitos y sus pueblos.
Santuario de Jasna Gora
En Czestochowa, la Virgen Santísima multiplicó los milagros: se tiene el registro de 1300 debidamente comprobados, realizados entre 1402 y 1948.
Entre los numerosos milagros obrados por Nuestra Señora en su santuario, merece especial destaque la expulsión de los protestantes suecos, por ocasión del cerco de Czestochowa, en diciembre de 1655.
Habiendo los protestantes conquistado prácticamente el país entero, sólo quedaba la pequeña fortaleza de Czestochowa, que esperaban dominar en brevísimo tiempo. Testigos idóneos narraron que Nuestra Señora les devolvía a los asaltantes las balas de cañón que estos disparaban contra el santuario.
La epopeya de la victoriosa reacción se debe al intrépido padre Augusto Kordecki que, atrincherado detrás de las murallas que cercaban el convento y el santuario, decidió resistir hasta el fin, contando apenas con algunos centenares de hombres en oposición a un ejército de tres mil soldados. A los que vacilaban entre resistir y rendirse, el valiente sacerdote mandó abrir una de las puertas para que pudiesen salir aquellos que quisiesen. Cerradas las puertas, el destino sería la muerte o una milagrosa victoria. Nuestra Señora coronó este acto heroico, obligando al enemigo a levantar el cerco. Así terminó el primer embate que provocó reacciones de entusiasmo en cadena, acabando con la expulsión del invasor.
En el transcurso de sus tantas veces dramática historia, fue junto al altar de la Virgen de Czestochowa que los polacos encontraron consuelo en los reveses y aliento en la lucha por la defensa de su fe y su independencia.
En 1683, después de haber pasado por Czestochowa, el intrépido rey Juan Sobieski fue a liberar a Viena asediada por los turcos musulmanes y salvar así la Cristiandad. A su regreso, dejó en el santuario de la Patrona de su país muchos trofeos conquistados al enemigo.
Frente a las pesadillas nazista y comunista: propuesta de desigualdades armónicas
De 1939 a 1945, Polonia sufrió un nuevo martirio, acompañado de una persecución religiosa, masacres de sacerdotes y monjas, destrucciones de iglesias. Czestochowa, sin embargo, permaneció como una señal de esperanza.
Los acuerdos de Yalta de 1945 entregaron esta nación al dominio comunista. A pesar de eso, este pueblo continuó fiel a Nuestra Señora, alimentándose de la devoción mariana para conservarse inquebrantable en su fe. Así por ejemplo, el día 8 de setiembre de 1946, 700.000 peregrinos se reunieron en el santuario de Jasna Gora, y un millón de fieles el 26 de agosto de 1956.
Allí se arrodillaron para agradecer a la Madre de Dios por los polacos que se salvaron de los terribles campos de concentración nazis, así como los que volvieron del exilio forzado en la gélida Siberia. Y también aquellos que recurrieron a Ella pidiendo fuerzas para soportar con resignación cristiana la muerte de parientes y amigos, víctimas de la saña comunista y nazi.
Allí se postran hoy ante el venerado cuadro los verdaderos polacos pidiendo la solución no sólo de sus propios problemas, sino también de tantos males que atormentan a su patria, resultantes de las devastaciones que el comunismo causó por todas partes, inclusive en los espíritus, embotándolos con relación a ciertos principios fundamentales de la doctrina católica. Tal embotamiento dificulta en gran medida el resurgimiento moral de la sociedad polaca.
En una conversación con un joven abogado preocupado con la “herencia” dejada por el régimen comunista en su país, oí estas palabras:
“Como la igualdad nos fue impuesta durante casi medio siglo, lo que ahora se debe hacer, para corregir el caos en los espíritus que de ahí resultó, es exactamente lo contrario: comenzar por predicar la desigualdad favoreciendo, por ejemplo, el principio de la propiedad privada, presentando los fundamentos religiosos y naturales de ese principio. Tal principio, cuando es rectamente practicado, es un factor de justicia, resultando de allí, de modo auténtico y natural, la constitución de una sociedad compuesta de clases desiguales que no se enfrentan, sino que armónicamente se complementan. Así, con la ayuda de nuestra Patrona, Polonia se pondrá en los debidos carriles y resurgirá. ¡Me agradaría mucho oír una prédica como ésta en el púlpito de Jasna Gora!” —concluyó el abogado.
¡Es casi el programa de una renovada evangelización!
Viene muy a propósito, con vistas a esta renovada evangelización de la otrora tan católica Polonia, recordar la jaculatoria que se reza al final de la oración Veni, Creátor Spíritus y de la Letanía del Divino Espíritu Santo: ¡Enviad vuestro Espíritu, y todo será creado. Y renovaréis la faz de la Tierra!