Saturnino nace en Sigüenza (Guadalajara) el 29 de noviembre de 1830. Fue el primogénito del matrimonio formado por Julián López Muñoz e Ildefonsa Novoa Bueno; tuvo dos hermanos, Silverio y Justa, que falleció a los pocos días de nacer.
No había cumplido todavía Saturnino los 5 años de edad cuando queda huérfano de madre; con todo, guardará de ella un recuerdo imborrable durante toda su vida.
Es la tía Manuela, hermana de la abuela materna de Saturnino y madre del futuro obispo de Huesca, Basilio Gil y Bueno, quien hará el oficio de madre con Saturnino e influirá poderosamente en su futuro:“Siempre he tenido por uno de los más señalados favores recibidos de Dios el haberme proporcionado para recibir mi crianza y educación a una persona tan virtuosa”. Así fue, la ausencia de su madre fue paliada por la ternura de la anciana tía y la bondad del tío Basilio, que propiciaron al niño un crecimiento psicológico armonioso y la maduración temprana de un carácter alegre, equilibrado, reflexivo y amante del orden.
La Providencia se sirve de la tía Manuela para que, desde su infancia, Saturnino descubra la orientación que caracterizará su sacerdocio como un ministerio de caridad. Así escribirá refiriéndose a su tía: "Le debo los sentimientos de caridad para con los pobres… Con ella daba la limosna de pan todos los viernes a cuantos pobres iban a recibirla, y yo era su confidente para el reparto de otras clases de limosna...”
A los 12 años inicia su andadura en el seminario de Sigüenza. En el año escolar 1851-1852 cursa Saturnino el séptimo curso de teología, con lo que finalizaba los estudios eclesiásticos. Tenía 21 años, pero no podía recibir la ordenación sacerdotal hasta los 24. Mientras que alcanzaba la edad establecida para ordenarse fue nombrado subdirector o celador del seminario. Este cargo frecuentemente se confiaba a un seminarista con la carrera terminada y en espera de las órdenes, para lo que se tenían en cuenta las cualidades y la trayectoria del elegido. Fue además nombrado catedrático de segundo de latinidad.
Está a punto de abrirse una nueva etapa en la vida de Saturnino. El 22 de mayo de 1853 su tío Basilio fue nombrado deán de la catedral de Barbastro, cuyo seminario diocesano, deteriorado en su parte material, tenía suspendidas sus actividades desde 1836. Para que gestionase su reapertura, el anciano obispo Fort y Puig comisionó a don Basilio, y el 1 de octubre de 1854 el seminario de santo Tomás de Aquino abría de nuevo sus puertas. Como no era fácil encontrar un equipo de superiores y profesores, don Basilio sugirió al Obispo llamar a su sobrino, que comenzaba a destacar en la diócesis de Sigüenza. Así, Saturnino se trasladó a Barbastro aquel otoño, para ser vicerrector del seminario y catedrático de filosofía.
Viviendo en el seminario, se consagra a la formación de los seminaristas y comienza los estudios de Derecho Canónico, que prosigue en el siguiente año escolar. Pero lo más importante para él es que en este curso recibe el presbiterado.
El 22 de septiembre de 1954, fue ordenado sacerdote. A primeros de octubre celebró su primera misa en el Santuario de Nª Sª del Pueyo, distante unos kilómetros de Barbastro.
A partir de este momento su vida queda ligada para siempre al Alto Aragón. Al lado de su tío don Basilio, como secretario particular durante el tiempo en que aquél fue vicario capitular y gobernador eclesiástico de Barbastro; cuando don Basilio ocupe la sede del obispado de Huesca seguirá a su lado como capellán, secretario particular, y también como Secretario de Cámara del Obispado. En junio de 1864 fue nombrado Canónigo Chantre de la Catedral de Huesca.
Con su tío viajó a Roma, para asistir al concilio Vaticano I, como secretario y teólogo consultor y en la ciudad eterna D. Basilio entrega su alma a Dios.
Si Saturnino, siempre fue consciente de que el sacerdocio es un don para el servicio del pueblo de Dios, ahora, libre de los asuntos administrativos de la diócesis, se dedicó con más empeño al confesonario y a la predicación.
El amor de Cristo le urgía interiormente. Sacerdote humilde y piadoso, laborioso y caritativo, modelo de sacerdotes seculares, supo entrever los signos de los tiempos en la sociedad española del siglo XIX. No se contentó con lamentar los males de la época, entre los que se destaca la pobreza, sino que supo actuar de forma organizada.
Fue pionero de muchas obras sociales y apostólicas: la fundación de la casa para estudiantes pobres, la creación de las Conferencias de San Vicente de Paúl en Huesca como lo había hecho en Barbastro..., pero su obra más conocida y en la que vuelca toda la generosidad de un sacerdocio vivido en plenitud, es la Congregación de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, “su sueño dorado”, en cuya fundación contó con la inapreciable colaboración de santa Teresa Jornet, que supo valorar como el más rico don que el Señor hizo a su obra.
Falleció el 12 de marzo de 1905 en Huesca. El día siguiente a su muerte sus hermanitas, el cabildo, numerosos sacerdotes y laicos amigos y una legión de personas humildes socorridas por él acompañan su cadáver hasta el cementerio de Huesca, donde recibe sepultura y donde permanecerá hasta mayo de 1912, en que es trasladado a la cripta de la iglesia de la Casa madre de las hermanitas en Valencia, como era su deseo y donde se encuentra en la actualidad, recibiendo a numerosos devotos que se encomiendan a su intercesión.