lunes, 30 de agosto de 2021

Santa Rosa de Lima y el doctorcito

 (Isabel Flores de Oliva; Lima, 1586 - 1617) terciaria dominica peruana de la orden de los dominicos fue la primera santa de América. Tras haber dado signos de una intensa vida espiritual, a los veinte años tomó el hábito de terciaria dominica, y consagró su vida a la atención de los enfermos y niños y a las prácticas ascéticas, extendiéndose pronto la fama de su santidad.

Su devoción al Niño Jesús

De acuerdo con la tradición, se dice que Santa Rosa tenía en su casa una preciosa imagen del Divino Niño a la que muchas personas necesitadas de Lima, especialmente enfermos, acudían para verla y recibir de ella consuelo y alivio a sus enfermedades; de allí su apelativo de “Doctorcito”.

Ella, haciendo oración a su “Doctorcito o Mediquito” como le llamaba en tono familiar, les obtenía la salud a los enfermos. Desde entonces, el “Doctorcito de Santa Rosa”, por su intercesión, viene haciendo milagros para remediar las dolencias humanas.

sábado, 7 de agosto de 2021

San Cayetano de Thiene


San Cayetano, descendiente de la noble familia Thiene, hijo de Gaspar de Thiene y de María Porto, nació en Vicenza (Italia) presumiblemente en el mes de octubre de 1480. Consiguió el doctorado en ambos derechos, canónico y civil, en la Universidad de Padua. Poco tiempo después, habiendo recibido la sagrada tonsura (1504), por la que entraba a formar parte del estamento eclesiástico, se trasfirió a Roma (1507), para formar parte de la Curia Romana, bajo el pontificado de Julio II. Al servicio de este Papa desarrolló el oficio de escritor de las letras apostólicas, con la función de Protonotario Apostólico.

Sumándose al Oratorio del Divino Amor de Roma (1515), desarrolló en distintas ciudades italianas actividades similares a las que dicha confraternidad desplegaba. El 30 de septiembre de 1516 fue ordenado sacerdote. En este marco, lo vemos dedicado a la oración, el estudio de las Sagradas Escrituras y la atención a los enfermos, especialmente a aquellos que se denominaban «incurables». Fruto de esta última actividad desempeñada por Cayetano de Thiene fue la fundación del Hospital de Incurables de Venecia, junto a las patricias venecianas María Malpier y Marina Grimani, en 1522. También el Santo vicentino realizó un apostolado de la misma índole en el Hospital de la Misericordia de Vicenza, dándole la forma de nosocomio para incurables, y en el Hospital de San Giacomo in Augusta, de Roma.

Comprometiéndose a reformar las costumbres de los eclesiásticos, se esforzó por restaurar en la Iglesia de su tiempo el modo de vivir de los Apóstoles. En esta empresa se encontró con Juan Pedro Carafa, obispo de Chieti y miembro del Oratorio del Divino Amor romano. La resultante de este encuentro fue la fundación de la Orden de los Clérigos Regulares Teatinos el 14 de septiembre de 1524.

De índole mansa y sociable, dotado de luminosas virtudes sacerdotales, promovió el esplendor del culto divino y la participación frecuente a los sacramentos. Nos deslumbra en Cayetano la veneración a la Natividad de nuestro Señor Jesucristo y a su Pasión, y, especialmente, el modo en que ello se ha conjugado con la devoción a la Virgen María. De allí que cierta iconografía represente a San Cayetano recibiendo al Niño Jesús en sus brazos, tal como se lo ofreciera la misma Virgen. Este modo de recrear la figura de Cayetano tiene su fundamento en la narración que él hiciera a Sor Laura Mignani, acerca de una experiencia mística en la Basílica de Santa María la Mayor de Roma, en la Navidad de 1517.

Dispuesto a no tener ni una moneda para pagar su sepultura, se consagró plenamente a una vida pobre, de servicio a los más necesitados y de confianza en la Divina Providencia. Así, colmada su vida de santidad y entrega, murió en Nápoles el 7 de agosto de 1547. Sus restos mortales descansan en la cripta de la Basílica de San Pablo el Mayor de Nápoles. Fue beatificado por Urbano VIII el 8 de octubre de 1629, mientras que Clemente X lo proclamó Santo el 12 de abril de 1671. Su fiesta litúrgica se celebra el 7 de agosto.

Oración


¡Oh glorioso San Cayetano Padre de la Providencia!, no permitas que en mi casa me falte la subsistencia y de tu liberal mano una limosna te pido en lo temporal y humano.

¡Oh glorioso San Cayetano!, Providencia, Providencia, Providencia.

(Aquí se pide la gracia que se desea conseguir)

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Jaculatoria. Glorioso San Cayetano, interceded por nosotros ante la Divina Providencia.

jueves, 5 de agosto de 2021

San Juan María Vianney


Nació en Dardilly, Francia, el 8 de mayo de 1786. Durante su infancia estalló la Revolución Francesa que persiguió ferozmente a la religión católica. Así que él y su familia, para poder asistir a misa tenían que hacerlo en celebraciones hechas a escondidas, donde los agentes del gobierno no se dieran cuenta, porque había pena de muerte para los que se atrevieran a practicar en público su religión. La primera comunión la hizo Juan María a los 13 años, en una celebración nocturna, a escondidas, en un pajar, a donde los campesinos llegaban con bultos de pasto, simulando que iban a alimentar sus ganados, pero el objeto de su viaje era asistir a la Santa Misa que celebraba un sacerdote, con grave peligro de muerte, si los sorprendían las autoridades.

Juan María deseaba ser sacerdote, pero a su padre no le interesaba perder este buen obrero que le cuidaba sus ovejas y le trabajaba en el campo. Además no era fácil conseguir seminarios en esos tiempos tan difíciles. Y como estaban en guerra, Napoleón mandó reclutar todos los muchachos mayores de 17 años y llevarlos al ejército. Y uno de los reclutados fue nuestro biografiado. Se lo llevaron para el cuartel, pero por el camino, por entrar a una iglesia a rezar, se perdió del grupo. Volvió a presentarse, pero en el viaje se enfermó y lo llevaron una noche al hospital y cuando al día siguiente se repuso ya los demás se habían ido. Las autoridades le ordenaron que se fuera por su cuenta a alcanzar a los otros, pero se encontró con un hombre que le dijo. "Sígame, que yo lo llevaré a donde debe ir". Lo siguió y después de mucho caminar se dio cuenta de que el otro era un desertor que huía del ejército, y que se encontraban totalmente lejos del batallón.

Y al llegar a un pueblo, Juan María se fue a donde el alcalde a contarle su caso. La ley ordenaba pena de muerte a quien desertara del ejército. Pero el alcalde que era muy bondadoso escondió al joven en su casa, y lo puso a dormir en un pajar, y así estuvo trabajando escondido por bastante tiempo, cambiándose de nombre, y escondiéndose muy hondo entre el pasto seco, cada vez que pasaban por allí grupos del ejército. Al fin en 1810, cuando Juan llevaba 14 meses de desertor el emperador Napoleón dio un decreto perdonando la culpa a todos los que se habían fugado del ejército, y Vianney pudo volver otra vez a su hogar.

Trató de ir a estudiar al seminario pero su intelecto era romo y duro, y no lograba aprender nada. Los profesores exclamaban: "Es muy buena persona, pero no sirve para estudiante No se le queda nada". Y lo echaron.

Se fue en peregrinación de muchos días hasta la tumba de San Francisco Regis, viajando de limosna, para pedirle a ese santo su ayuda para poder estudiar. Con la peregrinación no logró volverse más inteligente, pero adquirió valor para no dejarse desanimar por las dificultades. El año siguiente, recibió el sacramento de la confirmación, que le confirió todavía mayor fuerza para la lucha; en él tomó Juan María el nombre de Bautista.

El Padre Balley había fundado por su cuenta un pequeño seminario y allí recibió a Vianney. Al principio el sacerdote se desanimaba al ver que a este pobre muchacho no se le quedaba nada de lo que él le enseñaba Pero su conducta era tan excelente, y su criterio y su buena voluntad tan admirables que el buen Padre Balley dispuso hacer lo posible y lo imposible por hacerlo llegar al sacerdocio.

Después de prepararlo por tres años, dándole clases todos los días, el Padre Balley lo presentó a exámenes en el seminario. Fracaso total. No fue capaz de responder a las preguntas que esos profesores tan sabios le iban haciendo. Resultado: negativa total a que fuera ordenado de sacerdote.

Su gran benefactor, el Padre Balley, lo siguió instruyendo y lo llevó a donde sacerdotes santos y les pidió que examinaran si este joven estaba preparado para ser un buen sacerdote. Ellos se dieron cuenta de que tenía buen criterio, que sabía resolver problemas de conciencia, y que era seguro en sus apreciaciones en lo moral, y varios de ellos se fueron a recomendarlo al Sr. Obispo. El prelado al oír todas estas cosas les preguntó: ¿El joven Vianney es de buena conducta? - Ellos le repondieron: "Es excelente persona. Es un modelo de comportamiento. Es el seminarista menos sabio, pero el más santo" "Pues si así es - añadió el prelado - que sea ordenado de sacerdote, pues aunque le falte ciencia, con tal de que tenga santidad, Dios suplirá lo demás".

Y así el 12 de agosto de 1815, fue ordenado sacerdote, este joven que parecía tener menos inteligencia de la necesaria para este oficio, y que luego llegó a ser el más famoso párroco de su siglo (4 días después de su ordenación, nació San Juan Bosco). Los primeros tres años los pasó como vicepárroco del Padre Balley, su gran amigo y admirador.

Unos curitas muy sabios habían dicho por burla: "El Sr. Obispo lo ordenó de sacerdote, pero ahora se va a encartar con él, porque ¿a dónde lo va a enviar, que haga un buen papel?".

Y el 9 de febrero de 1818 fue enviado a la parroquia más pobre e infeliz. Se llamaba Ars. Tenía 370 habitantes. A misa los domingos no asistían sino un hombre y algunas mujeres. Su antecesor dejó escrito: "Las gentes de esta parroquia en lo único en que se diferencian de los ancianos, es en que ... están bautizadas". El pueblucho estaba lleno de cantinas y de bailaderos. Allí estará Juan Vianney de párroco durante 41 años, hasta su muerte, y lo transformará todo.

El nuevo Cura Párroco de Ars se propuso un método triple para cambiar a las gentes de su desarrapada parroquia. Rezar mucho. Sacrificarse lo más posible, y hablar fuerte y duro. ¿Qué en Ars casi nadie iba a la Misa? Pues él reemplazaba esa falta de asistencia, dedicando horas y más horas a la oración ante el Santísimo Sacramento en el altar. ¿Qué el pueblo estaba lleno de cantinas y bailaderos? Pues el párroco se dedicó a las más impresionantes penitencias para convertirlos. Durante años solamente se alimentará cada día con unas pocas papas cocinadas. Los lunes cocina una docena y media de papas, que le duran hasta el jueves. Y en ese día hará otro cocinado igual con lo cual se alimentará hasta el domingo. Es verdad que por las noches las cantinas y los bailaderos están repletos de gentes de su parroquia, pero también es verdad que él pasa muchas horas de cada noche rezando por ellos. ¿Y sus sermones? Ah, ahí si que enfoca toda la artillería de sus palabras contra los vicios de sus feligreses, y va demoliendo sin compasión todas las trampas con las que el diablo quiere perderlos.

Cuando el Padre Vianney empieza a volverse famoso muchas gentes se dedican a criticarlo. El Sr. Obispo envía un visitador a que oiga sus sermones, y le diga que cualidades y defectos tiene este predicador. El enviado vuelve trayendo noticias malas y buenas.

El prelado le pregunta: "¿Tienen algún defecto los sermones del Padre Vianney? - Sí, Monseñor: Tiene tres defectos. Primero, son muy largos. Segundo, son muy duros y fuertes. Tercero, siempre habla de los mismos temas: los pecados, los vicios, la muerte, el juicio, el infierno y el cielo". - ¿Y tienen también alguna cualidad estos sermones? - pregunta Monseñor-. "Si, tienen una cualidad, y es que los oyentes se conmueven, se convierten y empiezan una vida más santa de la que llevaban antes".

El Obispo satisfecho y sonriente exclamó: "Por esa última cualidad se le pueden perdonar al Párroco de Ars los otros tres defectos".

Los primeros años de su sacerdocio, duraba tres o más horas leyendo y estudiando, para preparar su sermón del domingo. Luego escribía. Durante otras tres o más horas paseaba por el campo recitándole su sermón a los árboles y al ganado, para tratar de aprenderlo. Después se arrodillaba por horas y horas ante el Santísimo Sacramento en el altar, encomendando al Señor lo que iba decir al pueblo. Y sucedió muchas veces que al empezar a predicar se le olvidaba todo lo que había preparado, pero lo que le decía al pueblo causaba impresionantes conversiones. Es que se había preparado bien antes de predicar.

Pocos santos han tenido que entablar luchas tan tremendas contra el demonio como San Juan Vianney. El diablo no podía ocultar su canalla rabia al ver cuantas almas le quitaba este curita tan sencillo. Y lo atacaba sin compasión. Lo derribaba de la cama. Y hasta trató de prenderle fuego a su habitación . Lo despertaba con ruidos espantosos. Una vez le gritó: "Faldinegro odiado. Agradézcale a esa que llaman Virgen María, y si no ya me lo habría llevado al abismo".

Un día en una misión en un pueblo, varios sacerdotes jóvenes dijeron que eso de las apariciones del demonio eran puros cuentos del Padre Vianney. El párroco los invitó a que fueran a dormir en el dormitorio donde iba a pasar la noche el famoso padrecito. Y cuando empezaron los tremendos ruidos y los espantos diabólicos, salieron todos huyendo en pijama hacia el patio y no se atrevieron a volver a entrar al dormitorio ni a volver a burlarse del santo cura. Pero él lo tomaba con toda calma y con humor y decía: "Con el patas hemos tenido ya tantos encuentros que ahora parecemos dos compinches". Pero no dejaba de quitarle almas y más almas al maldito Satanás.

Cuando concedieron el permiso para que lo ordenaran sacerdote, escribieron: "Que sea sacerdote, pero que no lo pongan a confesar, porque no tiene ciencia para ese oficio". Pues bien: ese fue su oficio durante toda la vida, y lo hizo mejor que los que sí tenían mucha ciencia e inteligencia. Porque en esto lo que vale son las iluminaciones del Espíritu Santo, y no nuestra vana ciencia que nos infla y nos llena de tonto orgullo.

Tenía que pasar 12 horas diarias en el confesionario durante el invierno y 16 durante el verano. Para confesarse con él había que apartar turno con tres días de anticipación. Y en el confesionario conseguía conversiones impresionantes.

Desde 1830 hasta 1845 llegaron 300 personas cada día a Ars, de distintas regiones de Francia a confesarse con el humilde sacerdote Vianney. El último año de su vida los peregrinos que llegaron a Ars fueron 100 mil. Junto a la casa cural había varios hoteles donde se hospedaban los que iban a confesarse.

A las 12 de la noche se levantaba el santo sacerdote. Luego hacía sonar la campana de la torre, abría la iglesia y empezaba a confesar. A esa hora ya la fila de penitentes era de más de una cuadra de larga. Confesaba hombres hasta las seis de la mañana. Poco después de las seis empezaba a rezar los salmos de su devocionario y a prepararse a la Santa Misa. A las siete celebraba el santo oficio. En los últimos años el Obispo logró que a las ocho de la mañana se tomara una taza de leche.

De ocho a once confesaba mujeres. A las 11 daba una clase de catecismo para todas las personas que estuvieran ahí en el templo. Eran palabras muy sencillas que le hacían inmenso bien a los oyentes.

A las doce iba a tomarse un ligerísimo almuerzo. Se bañaba, se afeitaba, y se iba a visitar un instituto para jóvenes pobres que él costeaba con las limosnas que la gente había traído. Por la calle la gente lo rodeaba con gran veneración y le hacían consultas.

De una y media hasta las seis seguía confesando. Sus consejos en la confesión eran muy breves. Pero a muchos les leía los pecados en su pensamiento y les decía los pecados que se les habían quedado sin decir. Era fuerte en combatir la borrachera y otros vicios.

En el confesionario sufría mareos y a ratos le parecía que se iba a congelar de frío en el invierno y en verano sudaba copiosamente. Pero seguía confesando como si nada estuviera sufriendo. Decía: "El confesionario es el ataúd donde me han sepultado estando todavía vivo". Pero ahí era donde conseguía sus grandes triunfos en favor de las almas.

Por la noche leía un rato, y a las ocho se acostaba, para de nuevo levantarse a las doce de la noche y seguir confesando.

Cuando llegó a Ars solamente iba un hombre a misa. Cuando murió solamente había un hombre en Ars que no iba a misa. Se cerraron muchas cantinas y bailaderos.

En Ars todos se sentían santamente orgullosos de tener un párroco tan santo. Cuando él llegó a esa parroquia la gente trabajaba en domingo y cosechaba poco. Logró poco a poco que nadie trabajara en los campos los domingos y las cosechas se volvieron mucho mejores.

Siempre se creía un miserable pecador. Jamás hablaba de sus obras o éxitos obtenidos. A un hombre que lo insultó en la calle le escribió una carta humildísima pidiéndole perdón por todo, como si el hubiera sido quién hubiera ofendido al otro. El obispo le envió un distintivo elegante de canónigo y nunca se lo quiso poner. El gobierno nacional le concedió una condecoración y él no se la quiso colocar. Decía con humor: "Es el colmo: el gobierno condecorando a un cobarde que desertó del ejército". Y Dios premió su humildad con admirables milagros.

El 4 de agosto de 1859 pasó a recibir su premio en la eternidad.

Fue beatificado el 8 de enero de 1905 por el Papa San Pío X, y canonizado por S.S. Pío XI el 31 de mayo de 1925.

Te amo, Oh mi Dios.
Mi único deseo es amarte
Hasta el último suspiro de mi vida.
Te amo, Oh infinitamente amoroso Dios,
Y prefiero morir amándote que vivir un instante sin Ti.
Te amo, oh mi Dios, y mi único temor es ir al infierno
Porque ahí nunca tendría la dulce consolación de tu amor,
Oh mi Dios,
si mi lengua no puede decir
cada instante que te amo,
por lo menos quiero
que mi corazón lo repita cada vez que respiro.
Ah, dame la gracia de sufrir mientras que te amo,
Y de amarte mientras que sufro,
y el día que me muera
No solo amarte pero sentir que te amo.
Te suplico que mientras más cerca estés de mi hora
Final aumentes y perfecciones mi amor por Ti.
Amén.

miércoles, 4 de agosto de 2021

Santa María Magdalena Postel

María Magdalena Postel nació el 28 de noviembre de 1756 en Barfleur, Normandía; fue la mayor de siete hijos de Juan y Teresa Levallois. Esta familia de campesinos acomodados y estimados por el pueblo, fue para ella la escuela de buenas acciones y de piedad. A los nueve años hizo la primera Comunión y emitió el voto de castidad. Al poco tiempo quedó huérfana de padre y madre.

Estudió en la abadía de Valognes. Años después abrió en su región una escuela gratuita para niñas, para formarlas y que fueran mujeres y madres capaces de dirigir hogares donde fuera agradable vivir. Pero entonces estalló la Revolución Francesa. Las órdenes religiosas fueron suprimidas, los sacerdotes que se negaron a hacer el juramento fueron desterrados, y las iglesias cerradas.

El Obispo, en 1791, para no dejar al pueblo sin sacramentos, autorizó a María Magdalena guardar en su casa la Eucaristía, distribuir la comunión y celebrar otros ritos. Con gran devoción hizo esto la comprometida laica durante diez años, y se ganó que la llamaran “la virgen sacerdote”. Fue en esta etapa cuando trabajó intensamente en el campo religioso, caritativo y educativo; se salvó milagrosamente de diversas persecuciones. Y el Señor, la favoreció con carismas especiales.

Magdalena se hizo Terciaria Franciscana el 13 de febrero de 1798. No cambió mucho su estilo de vida, pues ya era ascético; sin embargo, de San Francisco de Asís aprendió la generosidad en el amor a Dios y a los hermanos y el fervor en la oración, que la llevaron a emprender nuevas iniciativas en el apostolado.

El 8 de septiembre de 1807, junto con cuatro hermanas y, con la aprobación del Obispo, inauguró en Cherbourg el Instituto de Hermanas de las Escuelas Cristianas de la Misericordia. Para éste, redactó una regla muy austera, inspirada en las de los Hermanos de La Salle, cuya misión era la enseñanza gratuita a las niñas.

La nueva Congregación pasó por momentos difíciles a causa de falta de recursos económicos y estuvo a punto de desaparecer. María Magdalena no se desalentó y siguió a delante y creó una escuela en Tamerville, que se convirtió en una de las más avanzadas en el campo pedagógico, hasta el punto de eliminar los castigos y promover el uso de la racionalidad en el trato con las alumnas.

Además de someterse para ser directora, tras el Concordato de 1816, tuvo que buscar una casa madre para su Congregación, para la que adquirió, la abadía de Saint-Sauveur-le-Vicomte, cerca de Coutances, donde vivieron en la más extrema pobreza. Gobernó su Institución hasta una edad muy avanzada con criterios tan espirituales que llegó a fundar 37 casas, desplegando una gran actividad a pesar del asma que sufría. A partir de 1837, el abate Delamare fue nombrado su superior mayor, la comunidad se consolidó y les hizo adoptar las constituciones de san Juan Bautista de La Salle. María Magdalena había dicho: "Una religiosa maestra debe salvar al menos mil almas durante su carrera: un tercio entre los alumnos y los otros dos tercios, mediante la influencia de los alumnos en sus padres".

Magdalena enfermó gravemente a principios de julio de 1846. Fue el día 16 cuando entregó su alma a Dios, con una sonrisa en el rostro; tenía 90 años de edad.

A su muerte, había construido más de 37 conventos e iglesias, fundado muchos otros, sin más recursos que su valentía y dinamismo. El Instituto contaba con 250 hermanas y veinte postulantes. En su tumba se produjeron numerosos milagros.

El Papa Pío X la beatificó el 17 de mayo de 1908. S.S Pío XI la canonizó el 24 de mayo de 1926.