Esposa y madre de seis hijos, fue la primera Salesiana Cooperadora de la que se introdujo la causa de beatificación. Fue una de las poquísimas personas a quien Don Bosco dio el nombre de “mamá”. Treinta y una fundaciones nacieron gracias a su generosidad.
Pedro Nolasco de Chopitea e Isabel Villota tuvieron 18 hijos. Dorotea fue una de las últimas en llegar a la gran familia. La familia de don Pedro e Isabel era rica, muy cristiana y muy empeñada en usar sus riquezas a favor de la gente pobre del vecindario.
1816, año del nacimiento de Dorotea, fue el tiempo en que los chilenos comenzaron a reivindicar abiertamente la independencia de España, después de haber sido por casi trescientos años un territorio colonial. La independencia se logró en el 1818. El año siguiente, a causa de tumultos políticos que podían implicar a sus hijos más grandes, don Pedro llevó a su familia al otro lado del Atlántico, a Barcelona. Pero continuó manteniendo una densa red de relaciones con los ambientes políticos y económicos de Chile
En la amplia casa de Barcelona la pequeña Dorotea (3 años) fue confiada al cuidado particular de la hermana Josefina (12 años). Cuando cumplió 13 años, aconsejada por Josefina, tomó como director espiritual al sacerdote Pedro Nardo, de la parroquia Santa María del Mar. Por 50 años el padre Pedro fue su confesor y su consejero en los momentos delicados y difíciles. El sacerdote la educó con dulzura y fuerza a “desprender su corazón de las riquezas”. En toda su vida, Dorotea considerará las riquezas de la familia no como una fuente de diversión y de disipación, sino como un gran medio puesto en su mano por Dios para hacer el bien a los pobres. El padre Pedro Nardo la hizo leer muchas veces la parábola evangélica del rico Epulón y del pobre Lázaro. Como signo distintivo cristiano, aconsejó a Josefina y a Dorotea vestir siempre con modesta sencillez, sin la cascada de lazos y las nubes de seda ligera que la moda del tiempo imponía a las jóvenes aristocráticas.
A los 16 años Dorotea vivió el momento más delicado de su vida. Estaba prometida como esposa a José María Serra, un joven comerciante de 22 años, pero el tema del matrimonio era un evento futuro. En cambio, don Pedro Chopitea y su familia tuvo que regresar a América Latina para defender sus intereses. De repente, Dorotea se vio ante una elección fundamental para su vida: interrumpir el afecto profundo que la unía a José Serra y partir con la mamá, o casarse a los 16 años. Aconsejada por el padre Nardo, decidió casarse. El “te amaré para siempre” jurado por los dos esposos ante Dios, se desarrolló en una afectuosa y sólida vida matrimonial, que dio vida a seis hijas. Cincuenta años después del sí pronunciado en la iglesia de Santa María del Mar, Josefina Serra, dirá que en todos esos años “nuestro amor fue creciendo cada día”.
Cooperadora salesiana
En la parte alta del 1800 Barcelona es una ciudad a la que está llegando la “revolución industrial”. La periferia está poblada de gente muy pobre. No hay hospitales ni escuelas. En los ejercicios espirituales del 1867, doña Dorotea escribe entre sus propósitos: “Mi virtud predilecta será la caridad hacia los pobres, aún cuando me costara grandes sacrificios”.
Adrián de Gispert, nieto de Dorotea, testimoniará: “Me consta que tía Dorotea fundó hospitales, escuelas, talleres de artes y oficios y muchas otras obras. Recuerdo haber visitado algunas en su compañía”. Estando vivo su marido, la ayudó en estas obras caritativas sociales. Después de su muerte (29 de agosto de 1882), aseguró ante todo el patrimonio de las cinco hijas vivas; después “sus bienes personales” (su riquísima dote, los patrimonios recibidos personalmente en herencia, los bienes que el marido le dejó en testamento) los gastó con una inteligente administración a favor de los pobres.
Habiendo conocido a Don Bosco, le escribió el 20 de septiembre de 1882 (tenía 66 años, Don Bosco 67). Le dijo que Barcelona era una ciudad “eminentemente industrial y mercantil”, y que la joven y dinámica congregación salesiana habría encontrado mucho trabajo entre los muchachos de los barrios. Le ofrecía una escuela para aprendices. Don Felipe Rinaldi, hoy “beato”, que llegó a Barcelona en el 1889, escribió: “Fuimos a Barcelona llamados por ella, porque quería proveer especialmente a los jóvenes obreros y a los huérfanos abandonados. Adquirió el terreno con una casa, que amplió. Yo llegué a Barcelona cuando la construcción estaba terminada... Vi con mis propios ojos muchos casos de socorro a niños, viudas y viejos, desempleados, enfermos. Oí muchas veces que atendía a los enfermos con los más humildes servicios”.
En el 1884 pensó en una escuela materna que confiaría a las Hijas de María Auxiliadora: era preciso pensar en los niños de aquellos barrios.
El 5 de febrero de 1888, al anunciarle la muerte de Don Bosco, el beato Miguel Rua le escribía: “ Nuestro querido padre Don Bosco voló al Paraíso, dejando adoloridos a sus hijos. El manifestó siempre viva estima y afecto agradecido hacia nuestra mamá de Barcelona – como él la llamaba -, mamá de los Salesianos y de las Hijas de María Auxiliadora. Aún más, antes de morir aseguró que iría a prepararles un buen puesto en el cielo”.
Aquel mismo 1888 doña Dorotea donó a los Salesianos el oratorio y las escuelas populares de vía Rocafort, en el corazón de Barcelona.
La última obra que dona a la Familia Salesiana es la escuela “Santa Dorotea” encomendada a las Hijas de María Auxiliadora. Para la compra faltan 70 mil pesetas. Ella las entrega diciendo: “Dios me quiere pobre”. Aquella suma era la única reserva para su vejez, que destinaba para vivir modestamente junto a su fiel camarera María.
El viernes santo del 1891, en la fría iglesia de María Reparadora, mientras pasaba pidiendo la limosna, fue atacada por una pulmonía. Tenía 75 años y pronto quedó claro que no superaría la crisis. Don Rinaldi acudió y permaneció largo tiempo a su cabecera. Escribió: “En los pocos días que permaneció en vida, no pensaba en la enfermedad. Pensaba en los pobres y en su alma. Quiso decir algo especial a cada una de sus hijas, las bendijo a todas en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, como un patriarca antiguo. Mientras estábamos alrededor de su lecho para encomendarla al Señor, a cierto punto alzó los ojos. El confesor le dio el crucifijo para que lo besara. Los que estábamos presente nos arrodillamos. Doña Dorotea se recogió, cerró los ojos y suavemente expiró”.
Era el 3 de abril de 1891, cinco días después de Pascua.
San Juan Pablo II la declaró “venerable”, es decir “cristiana que ha practicado el amor de Dios y del prójimo en grado heroico”, el 9 de junio de 1983.