viernes, 31 de mayo de 2019

Venerable Sor María Consolata Beltrone

Sor María Consolata, que se llamó en el siglo Pierina Beltrone, nació el 6 de abril de 1903 en Saluzzo CN (Italia). El año siguiente, la familia se trasladó a Turín. A los trece años, en 1916, precisamente el día de la Inmaculada Concepción, en la acción de gracias de sagrada comunión, oyó por primera vez la voz del interior que le preguntaba: ¿Quieres ser toda mía? Sin comprender el alcance de esta pregunta, contestó ella: “¡Jesús sí!” Ser toda de Jesús era para ella hacerse monja. 

Tuvo mucho que luchar por la vocación y sometida por algún tiempo a una dolorosa prueba de espíritu, al fin, el 17 de abril de 1929, fiesta del patrocinio de San José, pudo realizar su ardiente aspiración, franqueando el umbral del monasterio de las capuchinas de Turín. 

El 22 de julio de 1939, teniendo que dividirse la comunidad por su excesivo número de religiosas, Sor Consolata pasó a Moncalieri al nuevo Monasterio “Sagrado Corazón”, donde sirvió de secretaria y enfermera. El 18 de julio de 1946, a los 43 años de edad, coronaba con su santa muerte su breve, pero intensa jornada terrena. 

Sus restos descansan en el Monasterio de Moncalieri. Favorecida por Dios con grandes dones, pasó, sin embargo, desconocida en su pequeña comunidad. Mas, a pesar de estos divinos dones, tuvo que hacer no pequeños esfuerzos para llegar a la cumbre de la santidad.

Fue declarada Venerable, el 06 de abril de 2019, por el Papa Francisco.


Jesús la llevó a la vida mística. Experimentó una profunda intimidad con el Sagrado Corazón por el pequeño camino de amor para reconquistar la gracia y la misericordia.


MENSAJE DE AMOR QUE LE COMUNICO EL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

Mensaje de amor que el Sagrado Corazón de Jesús lanza al mundo para salvarlo.

Mientras el mundo se atomiza y desintegra por el odio de los hombres y de los pueblos, Jesucristo quiere renovarlo y salvarlo por el amor.

Quiere que se eleven hacia el cielo llamas de amor que neutralicen las llamas del odio y del egoísmo.

A tal efecto, enseñó a Sor M. Consolata Bertrone un Acto de Amor sencillísimo que debía repetir frecuentemente, prometiéndole que cada Acto de Amor salvaría el alma de un pecador y que repararía mil blasfemias.

La fórmula de este Acto es:

"Jesús, María, Os Amo, Salvad las Almas"

Dijo Jesús a Sor Consolata:

"Recuerda que un Acto de amor decide la salvación eterna de un alma y, vale como reparación de mil blasfemias. Sólo en el cielo conocerás su valor y fecundidad para salvar almas".

"No pierdas tiempo, todo Acto de amor es un alma". Cuando tengas tiempo libre y no tengas otra cosa que hacer, toma tu corona del Rosario en tus manos y a cada cuenta repite: "Jesús, María, os amo, salvad las almas"... 

"JESUS, MARIA, OS AMO, SALVAD LAS ALMAS":

-por la Iglesia y por el Papa
-por la santificación de los sacerdotes
-por las almas del Purgatorio
-por los agonizantes
-por los que se confiesan sacrílegamente
-por los que no asisten a misa los domingos
-por los misioneros
-por los enfermos
-por la conversión de los pecadores
-por la mayor santificación de los justos
En las dudas, en las tentaciones.
En las dificultades de la vida, Por algún intención en particular.

domingo, 26 de mayo de 2019

Venerable María Agustina Leferna

Carolina Francesca Adelaide Lenferna de Laresle nació el 20 de marzo de 1824, en la Isla de Mauricio, -ubicada en el océano Indico, por ese tiempo de dominio inglés, pero antes y durante siglo de dominio francés (1722-1810) Hija de Carlo Onorato Lenferna de Laresle, descendiente de nobles oriundos de Turenna, Francia, y de Carolina Esnouf. Al fallecer Carolina, su madre, cuando solo tenía 2 años, pasará a ser criada en parte por su abuela y conventos religiosos.

Siendo niña, siente la vocación religiosa y comunica a su familia el deseo de ser una hermana de la caridad. Dueña de un temperamento firme, a pesar de la resistencia de su padre, en el año 1850 se hace religiosa con el nombre de María Agostina.

Peregrina a Roma en 1869. En esta ciudad se relaciona con los Padres Redentoristas, y debido a su delicada salud se hace devota de la Madonna del Perpetuo Socorro en la iglesia de San Alfonso de Via Merulana. La imagen de esta virgen, de origen cretense, había sido transportada a Roma en el 1400 y fue venerada por 300 años en la iglesia de San Mateo. Luego en 1866, destruida la iglesia, es concedida a los padres Redentoristas, trasportada con extraordinaria solemnidad a su iglesia y coronada o entronizada en el Capitolio Vaticano, donde fue visitada personalmente por el Papa Pio IX.

En 1878 cumple María Agostina, el sueño de abrir una casa de hermanas de la caridad en Roma, la capital del cristianismo, en Via Merulana, vecina a la "Madonna del Perpetuo Soccorso”, en el área de la antigua iglesia de San Mateo, donde por 300 años había sido venerada la imagen "Madonna del Perpetuo Soccorso”, lugar en que todavía hoy se encuentra la casa central de la Congregación.

Años más tarde, la Santa Sede aprueba definitivamente la institución en 1882, bajo el título "Congregazione delle Suore di Carità di Nostra Signora del Buono e Perpetuo Soccorso".

Su vida estuvo totalmente dedicada a Dios y a los más necesitados. Ayudó a personas sin hogar, abrió escuelas, hospitales, orfanatos, casas para pobres y enfermos. 

La obra se propago por distantes lugares, como Francia, Inglaterra y América, incluida Argentina.

Muere en Roma el 26 de Enero de 1900.

Santa María de la Encarnación Guyart

Cuarta hija de Jeanne Michelet y del panadero Forent Guyart, María nació el 28 de octubre de 1599 en Tours. A los 7 años, vio a Jesús en un sueño, que le pedía: “¿Quieres ser mía?”. Ella respondió espontáneamente: “¡Sí!”.

En 1617, sus padres le dieron en matrimonio a Claude Martin, un fabricante de telas y sedas que falleció dos años más tarde.

La joven viuda quedó con un hijo de seis meses en los brazos y un comercio en bancarrota. Arregló las deudas, liquidó los bienes y se fue con su padre con su pequeño hijo Claude. No quería casarse en seguida y se ocupó de su hijo y de su padre.

Durante este periodo, el más tranquilo de su vida, desarrolló el gusto por Dios y por la oración. La víspera de la Anunciación del 1620, tuvo una experiencia de la misericordia divina que la marcó para siempre y que llamó “el día de mi conversión”.

En medio de una gran luz, tomó conciencia de su miseria, y al mismo tiempo, se vio inmensa en la Sangre de Cristo. Más tarde, en 1654, escribiría a su hijo: “Volví a nuestra casa, cambiada en otra criatura, pero cambiada con tanta fuerza que ya no me conocía a mí misma”.

María Guyart desarrolló su unión con Cristo en medio de exigentes ocupaciones. En 1621, trabajó en la empresa de transporte de su hermano, junto al Loira, negociando contratos, ocupándose de los empleados, cuidando caballos.

En esta trepidante existencia, vivió una gran intimidad amorosa con la Trinidad, integrando los negocios y la oración. Ayudaba a la gente hablándoles de Jesús.

Tras repetidos llamamientos del Señor, entró en la congregación de las religiosas Ursulinas en Tours en 1631 y recibió el nombre de María. Pidió que se le añadiera el de la Encarnación por su certeza de saber a Dios encarnado en los hombres.

Sufrió la separación de su hijo de diez años que le lanzaba gritos bajo las ventanas del convento, pero sentía que el Señor le preparaba otra cosa. ¡Cuántas lágrimas, de todas maneras!, pero su relación fue de una gran profundidad, tejida de vínculos de intimidad fuera de lo común.

Durante treinta años, mantuvo una correspondencia regular con este hijo, que se convirtió en monje benedictino. Gracias a él, conocemos la vida mística de su madre, sus estados de oración, sus recuerdos íntimos, sus inicios en Nueva Francia, su experiencia trinitaria.

En 1634, en un nuevo sueño, ve “un lugar muy difícil” que reconoce a su llegada a Quebec. Recibe del mismo Dios el don del “espíritu apostólico” que la hace viajar espiritualmente a distintos países.

Mientras tanto, es nombrada asistente de la maestra de novicias y les ofrece conversaciones espirituales que se publicarán más tarde. Descubre que la verdadera oración es más una cuestión de corazón que de cabeza.

La religiosa recibe del padre Poncet la Relación de 1634 en la que las misioneras piden una “valiente maestra” para dirigir una escuela de niñas. Se siente llamada a esta misión.

Pide a San José que la ayude, viéndolo como el guardián de este gran país: “Sentía en el alma que Jesús, María y José no debían ser separados”. La devoción a la Sagrada Familia será importante en Nueva Francia y san José será proclamado patrón de Canadá.

En París, los jesuitas confiaron al padre Poncet que escribiera a María de la Encarnación para anunciarle que la querían en Canadá, aunque fuera en clausura. El arzobispo de Tours autorizó que se ocupara de un seminario de niñas.

Finalmente partió para Quebec, a los cuarenta años, con otras religiosas y una viuda rica de Alenzón, Madeleine de La Peltrie, que quiso consagrar su fortuna a la conversión de las jóvenes amerindias. Seis años antes, ella ya la había visto en un sueño sin conocerla.


La travesía fue larga y peligrosa, el barco incluso chocó contra un iceberg. El 1 de agosto de 1639, María desembarcó finalmente en Quebec, que contaba con unas 250 personas.

Todo estaba por hacer: construir un monasterio, aprender las lenguas indias, acoger a las niñas para enseñarles la fe cristiana, recibir a visitantes amerindios y franceses, componer diccionarios, catecismos e historias de santos en las lenguas amerindias,…

Además, mantuvo una correspondencia constante con su hijo, sus amigos y bienhechores de Francia: en total escribió unas 13.000 cartas.

La vida no era nada fácil: duro invierno, amenaza iroquesa, enfermedades, incomprensión de las autoridades, incendios –entre ellos el del monasterio a finales de diciembre de 1659, que ella reconstruyó-,…

De 1639 a 1672, María da a luz a esta joven Iglesia de América sin salir de su clausura: es una verdadera epopeya mística la fundación de este Canadá. Ella nutrió a la joven Iglesia con su fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, que irradiaba desde lo profundo de su alma, constantemente en espera, en oración.

“Dios nunca me ha conducido a través de un espíritu de miedo, sino por el del amor y la confianza”, escribió en 1668. Sus múltiples ocupaciones no la alejaron de la presencia de Dios en su vida.

La palabra que puede resumir mejor la vida de esta gran mística es el amor. Ya fuera María Guyart, la señora Martín, la madre de Claude o la hermana María de la Encarnación, siempre fue una gran enamorada de Dios y de las almas, hasta su entrada en la vida eterna el 30 de abril de 1672 a los 72 años, unos meses después del fallecimiento de la señora de La Peltrie.

Su hijo escribió una primera biografía: “Rindió su bella alma a los brazos de aquel por quien había suspirado toda su vida” (don Claude Martin).

San Juan Pablo II la proclamó beata el 22 de junio de 1980. Vio en ella una “alma profundamente contemplativa”, “maestra de vida espiritual” en quien “la mujer cristiana se realiza plenamente y con un extraordinario equilibrio”. El Papa Francisco la canonizó con Francisco de Laval el 3 de abril de 2014.

viernes, 24 de mayo de 2019

Beata María Catalina de San Agustín

Catherine Simón de Longprey. Nació en Saint-Sauveur-le-Vicomte, Normandía (Francia) el 03 de mayo de 1632. Descendía de una familia noble. A los 11 años, en compromiso escrito y sellado con su propia sangre, hizo tres votos: tomar a la Virgen como Madre, no cometer nunca un pecado mortal y vivir en castidad perpetua.

Animada por san Juan Eudes, muy amigo de la familia, ingresó en la Orden de las Agustinas Hospitalarias de la Misericordia. La rutina pasó por su vida sin rozarla siquiera. No había cumplido los 16 años, cuando se presentó voluntaria para ir al Canadá, pero tuvo la férrea oposición de su familia. En 1648, a los 16 años, hizo sus primeros votos. Al profesar tomó el nombre de María Catalina de San Agustín. En mayo de ese mismo año se cumplió su deseo de partir a Canadá.

Llegó a Québec el 19 de Agosto de 1648. En el trayecto contrajo la peste y sanó con la intercesión de la Virgen María. Aprendió las lenguas de los nativos de las tribus indias a los que asistían, y fue un modelo de sencillez y donación. Viendo sus muchos talentos, la nombraron administradora del monasterio y  directora del centro sanitario, consejera de la superiora y maestra de novicias; casi siempre estaba enferma, pero no se quejaba; era tan acogedora, amable y de tan gran dulzura, que todos quedaban encantados. Afrontó los sufrimientos con plena fidelidad a la voluntad de Dios. Fue agraciada con dones místicos y favores del cielo que han sido subrayados por sus biógrafos. 

Murió de tuberculosis. Había consumado su vida siendo estrictamente fiel a este anhelo: «Que se haga tu voluntad» en un ejercicio permanente de caridad. Juan Pablo II la beatificó el 23 de abril de 1989.

Beata María de la Encarnación Rosal

Vicenta, nacida en Quetzaltenango, Guatemala, el 26 de octubre de 1820, en un hogar cristiano, creció en un ambiente de fe.

Fue bautizada por sus padres como María Vicenta Rosal Vásquez, pero al asumir su vocación religiosa cambió su nombre por el de María Encarnación Rosal del Corazón de Jesús.

A los 15 años ingresó en el Beaterio de Belén, en la ciudad de Guatemala, institución que estaba bajo la jurisdicción de los padres Betlemitas, fundados por San Pedro de Betancour.

El 16 de julio recibe el hábito de manos del último padre Betlemita, Fray José de San Martín, y toma el nombre de María Encarnación del Sagrado Corazón. Insatisfecha con la vida en el Beaterio, pasa al convento de las "Catalinas", para retornar luego a su "Belén", donde es elegida Priora; trata de reformarlo, pero al no lograrlo decide fundar otro donde se vivan las Constituciones que ella había redactado y que habían sido aprobadas por el Obispo. Lo logra en Quetzaltenango, su tierra natal.

Su vida y obra logra conservar el carisma del fundador, San Pedro de Betancour. "A la luz de la encarnación, de la Navidad y de la muerte del Redentor", la Congregación vive el espíritu de reparación de los Dolores del Sagrado Corazón de Jesús, dedica el 25 de cada mes a la adoración reparadora. El ansia por la gloria de Dios y la salvación de los hombres la lleva a "servir con solicitud al hermano necesitado" y a dar "impulso a la educación de la niñez y de la juventud en los colegios, escuelas y hogares para niñas pobres" como también a "dedicarse a otras obras de promoción y asistencia social".

En 1855, la reformadora de la Orden Bethlemita inició formalmente su trabajo religioso por la comunidad, fundando en Quetzaltenango dos colegios, pero su obra fue interrumpida al iniciarse la persecución del gobernante Justo Rufino Barrios (1873-85), quien expulsó del país a varias órdenes religiosas.

Con el fin de continuar su labor evangelizadora, la reformadora de la Orden Bethlemita llegó a Costa Rica en 1877. Ahí fundó el primer colegio para mujeres en Cartago, a 23 kilómetros de esta capital, donde se asienta la Basílica de la Reina de los Ángeles, Patrona de Costa Rica.

En 1886, la Madre Encarnación fundó un orfelinato-asilo en San José. Sin embargo, nuevamente debió abandonar el país en 1884 cuando otro gobierno asumió el poder, expulsó a las órdenes religiosas e impuso la educación laicista.

La Madre Encarnación funda casas también en Colombia y Ecuador, y sufre el destierro que le imponen las autoridades Gautemaltecas.

Luego de abandonar Costa Rica, se instaló en Colombia y en la ciudad de Pasto fundó otro hogar para niñas pobres y desamparadas. La religiosa es considerada como una de las impulsadoras de la formación integral de la mujer en el continente latinoamericano.

La infatigable peregrina, estableció posteriormente la Orden Bethlemita en Ecuador, en Tulcán y Otavalo. La madre María Encarnación falleció el 24 de Agosto de 1886 tras caerse del caballo que la transportaba de Tulcán al Santuario de Las Lajas, en Otavalo. Su cuerpo fue trasladado a Pasto donde se conserva incorrupto luego de 110 años. Su instituto trabaja actualmente en 13 países.

La causa de beatificación fue introducida el 23 de abril de 1976. El Decreto de Aprobación del Milagro fue firmado por el Papa Juan Pablo II el 17 de diciembre de 1996. Fue beatificada el 4 de mayo de 1997 en el Vaticano. Su fiesta se celebra el 27 de octubre.

Actualmente la orden Bethlemita tiene presencia actualmente en Italia, Africa, India, España, Venezuela, Ecuador, Estados Unidos, Costa Rica, El Salvador, Nicaragua, Panamá y Guatemala. Su casa general se ubica en Bogotá.

Santo Hermano Pedro de Betancur

El hermano Pedro de San José Betancur nace en Vilaflor de Tenerife (Islas Canarias, España) el 21 de marzo de 1626 y muere en Guatemala el 25 de abril de 1667. La distancia en el tiempo no opaca la luz que emana de su figura y que ha iluminado tanto a Tenerife como a toda la América Central desde aquellos remotos días de la Colonia.

El hermano Pedro de San José Betancur supo leer el Evangelio con los ojos de los humildes y vivió intensamente los Misterios de Belén y de la Cruz, los cuales orientaron todo su pensamiento y acción de caridad. Hijo de pastores y agricultores, tuvo la gracia de ser educado por sus padres profundamente cristianos; a los 23 años abandonó su nativa Tenerife y, después de 2 años, llegó a Guatemala, tierra que la Providencia había asignado para su apostolado misionero.

Apenas desembarcado en el Nuevo Mundo, una grave enfermedad lo puso en contacto directo con los más pobres y desheredados. Recuperada inesperadamente la salud, quiso consagrar su vida a Dios realizando los estudios eclesiásticos pero, al no poder hacerlo, profesó como terciario en el Convento de San Francisco, en la actual Antigua Guatemala, con un bien determinado programa de revivir la experiencia de Jesús de Nazaret en la humildad, la pobreza, la penitencia y el servicio a los pobres.

En un primer momento realizó su programa como custodio y sacristán de la Ermita del Santo Calvario, cercana al convento franciscano, que se convierte en el centro irradiador de su caridad. Visitó hospitales, cárceles, las casas de los pobres; los emigrantes sin trabajo, los adolescentes descarriados, sin instrucción y ya entregados a los vicios, para quienes logró realizar una primera fundación para acoger a los pequeños vagabundos blancos, mestizos y negros. Atendió la instrucción religiosa y civil con criterios todavía hoy calificados como modernos.

Construyó un oratorio, una escuela, una enfermería, una posada para sacerdotes que se encontraban de paso por la ciudad y para estudiantes universitarios, necesitados de alojamiento seguro y económico. Recordando la pobreza de la primera posada de Jesús en la tierra, llamó a su obra «Belén».

Otros terciarios franciscanos lo imitaron, compartiendo con el hermano Pedro penitencia, oración y actividad caritativa: la vida comunitaria tomó forma cuando el hermano Pedro escribió un reglamento, que fue adoptado también por las mujeres que atendían a la educación de los niños; estaba surgiendo aquello que más tarde debería tener su desarrollo natural: la Orden de los Bethlemitas y de las Bethlemitas, aun cuando éstas sólo obtuvieron el reconocimiento de la Santa Sede más tarde.

El hermano Pedro se adelantó a los tiempos con métodos pedagógicos nuevos y estableció servicios sociales no imaginables en su época, como el hospital para convalecientes. Sus escritos espirituales son de una agudeza y profundidad inigualables.

Muere apenas a los 41 años el que en vida era llamado «Madre de Guatemala». A más de tres siglos de distancia, la memoria del «hombre que fue caridad» es sentida grandemente, viva y concreta, en su nativa Tenerife, en Guatemala y en todos los lugares donde se conoce su obra. El hermano Pedro fue beatificado solemnemente por Juan Pablo II el 22 de junio de 1980 y canonizado el 30 de julio de 2002, en un acontecimiento de incalculable valor pastoral y eclesial para Guatemala y para toda América.

martes, 21 de mayo de 2019

Beata María Crescencia Pérez

Oración 

Padre de Jesús y nuestro que por tu Divino Espíritu haces florecer la santidad en la Iglesia, te damos gracias por tu sierva
desde hoy Beata María Crescencia
quien te amó con sencillez.
Te rogamos que la glorifiques,
para que su ejemplo e intercesión sirvan a
la extensión de tu Reino y a la multiplicación de las vocaciones a la vida consagrada.
Concédenos, por su intermedio, la gracia que, con humildad, te imploramos.
Por Jesucristo Nuestro Señor,
Amén.

(Formular la petición y rezar un Padre Nuestro, Ave María y Gloria)





Beata Hermana Maria Crescencia Perez

Nació en San Martín, provincia de Buenos Aires (Argentina), el 17 de agosto de 1897. Hizo su Profesión religiosa en el Instituto de las Hermanas de Nuestra Señora del Huerto el 7 de septiembre de 1918.

Padeció una grave enfermedad, murió en Vallenar (Chile) el 20 de mayo de 1932, después de una vida sencilla y generosa.

Sus restos descansan en la Capilla del Colegio de Las Hermanas del Huerto en la localidad de Pergamino, provincia de Buenos Aires, Argentina. Fue beatificada el 17 de noviembre de 2012.