Antes de nacer Filomena, sus padres no tenían hijos, por ello no cesaban de ofrecer sacrificios y oraciones a los dioses falsos para poder tenerlos. Más tarde se convirtieron al Cristianismo y fueron felices de ser lavados en las aguas del Bautismo.
Filomena nació el 10 de enero del año siguiente, y la llamaron "Lumena" o "Luz" porque había nacido en la luz de la Fe, a la cual ya sus padres pertenecían de todo corazón. En el bautismo le pusieron el nombre de Filomena que significa “amiga de aquella luz”, que por la gracia de este sacramento, iluminó su alma.
Cuando Filomena tenía 13 años sus padres viajaron con ella a Roma por motivo de una injusta declaración de guerra hecha contra su familia y esperaban hacer la paz con el soberbio y poderoso Emperador romano. El emperador accedió a la súplica de paz pidiendo a cambio la mano de Filomena para casarse con ella. Los padres de Filomena aceptaron la condición y después de llegar a su casa trataron de convencerla asegurando así, le decían, su futura felicidad como Emperatriz de Roma. Ella rehusó este gran honor, manifestando que era la esposa de Jesucristo ante lo cual su padre decía que una niña como era ella no podía seguir la voluntad propia. El emperador se enteró de esta negativa y los mandó a buscar para convencer a Filomena.
Estando nuevamente en Roma, los padres de Filomena se pusieron de rodillas ante ella pidiéndole que desistiera por el bien de su patria. El emperador entonces les hizo toda clase de promesas para que la niña aceptase el matrimonio pero fue en vano. Recurrió a amenazas sin resultado. Al fin, en un acceso de locura, inspirado por el demonio, mandó que fuera echada a un calabozo, debajo del palacio imperial.
En aquel lugar le ataron manos y pies con cadenas pesadas, con la esperanza de poder persuadirla a que se casara con este hombre en cuya alma reinaba solamente el espíritu malo. Diariamente la visitaba el mismo Emperador, renovando sus propuestas. Ordenó le quitaran las cadenas para permitirle tomar el pan y agua que eran su único alimento, viendo que ni así podía conseguir nada, recurrió a los tormentos. En todo este tiempo Filomena se abandonó en los brazos de Jesús y de su Madre bendita.
Al fin de 37 días de terribles sufrimientos, a Filomena se le apareció la Reina de los cielos, rodeada de una luz brillante, y llevando a su Hijo en brazos. "Hija mía, dijo, pasarás tres días más aquí, y al cuadragésimo de encarcelamiento, saldrás de éste lugar de penas". Estas dulces palabras la llenaron de un gozo celestial. "Cuando lo dejes,proseguía la Santa Madre de Dios, padecerás suplicios crueles por el amor de mi Hijo".Esta noticia la llenó de miedo y sintió la amarga agonía de la muerte. "Ánimo hija querida,añadió la Virgen, querida sobre todas las demás, porque llevas mi nombre y el de mi Hijo. Te llamas Lumena, o sea luz. Mi Hijo tu Esposo se llama luz, estrella, sol. ¿Y no soy yo también llamada aurora, estrella, luna? Yo seré tu fuerza. La naturaleza humana es muy débil, pero cuando llegue el momento de la prueba, recibirás fortaleza y gracia. Además de tu Ángel de la guarda tendrás a tu lado al Arcángel San Gabriel, cuyo nombre significa "la fuerza del Señor", sobre la tierra fue mi protector y ahora le envío a ti querida hija mía". Estas palabras de consuelo le levantaron el corazón y desapareció la visión, dejando un perfume que se esparció por todo el calabozo.
El Emperador, empeñado en hacerle consentir, recurría al tormento, creyendo que de esta manera podría asustarle e inducirle a renunciar a su voto de castidad. Por mandato fue atada a un pilar, y azotada sin misericordia. El tirano, conociendo que su resolución era firme e irrevocable, aunque su cuerpo no era más que una llaga, mandó que le llevasen a la cárcel a morir. El pensamiento de la muerte y el descanso sobre el pecho de su Esposo consolaban a Filomena, cuando aparecieron dos Ángeles radiantes de hermosura, que derramaron un ungüento celestial sobre sus llagas, y le curaron. A la mañana siguiente lo supo el Emperador, que se llenó de sorpresa. Viéndola más fuerte y más hermosa que nunca, quiso persuadirle que debía este favor a Júpiter, quien la libraba de la muerte para que su frente ciñera la corona imperial. Inspirada por el Espíritu Santo respondía a sus argumentos falsos y resistía a sus halagos. Enfurecido por no conseguir su propósito, dio órdenes para que le arrojasen al río Tiber con un ancla atado al cuello. Per Jesús, para demostrar su poder y confundir a los dioses falsos, envió de nuevo a dos Ángeles en su socorro; cortaron la cuerda y el ancla cayó al fondo del río. Después le llevaron a la orilla sin que el agua hubiese tocado sus vestidos. Algunos que presenciaron este hecho milagroso se convirtieron; pero Diocleciano, más ciego que faraón, declaró que era una bruja, y ordenó que su cuerpo fuese atravesado por flechas. Herida de muerte otra vez, fue arrojada en la cárcel, donde en lugar de morir, el Señor le envió un sueño tranquilo, del cual despertó tan hermosa como antes. Más enfurecido por el nuevo milagro, el Emperador, mandó que el tormento fuera repetido hasta que expirase; pero las flechas no salían del arco. Diocleciano atribuyó esto a la magia y esperando que la brujería no pudiese contra el fuego, mandó que las flechas fuesen calentadas en un hornillo. Esta precaución fue en vano. El Esposo Divino le salvó del tormento, volviendo las flechas contra los mismos soldados, de los cuales 6 cayeron muertos. Este último milagro causó otras muchas conversiones, dando la multitud manifiestas señales de rebelión contra Diocleciano y reverencia para la Fe cristiana. Temiendo consecuencias más graves el emperador mandó le cortaran la cabeza. Gloriosa y triunfante subió su alma a los cielos para recibir allí la corona de su virginidad, merecida por tantas victorias.
Esto sucedió el 10 de agosto, un viernes a las 3 de la tarde.
Hallazgo de su cuerpo
El cuerpo de Santa Filomena fue encontrado en las excavaciones de las Catacumbas de Roma el 25 de mayo de 1802, en el reinado del Papa Pío VII. El Padre Francisco de Lucía alcanzó un gran milagro de esta Santa y consiguió que la Santa Sede envíe el cuerpo de la Santa a Mugnano, su Parroquia en Italia donde está hoy.
Santa Filomena se le aparecía frecuentemente al Santo Juan Bautista María Vianney (Santo Cura de Ars) patrono de los Sacerdotes y éste por su intercesión hacía milagros nunca vistos.
Para alcanzar alguna gracia difícil, es necesario estar en estado de gracia, a través de una confesión individual bien hecha y hacer una novena de comuniones rezando la oración y, si fuera posible, mandar a celebrar 13 Misas en honor a los 13 años que vivió, por la conversión de los pecadores y a favor de las almas del purgatorio.