Los maronitas, son católicos de la región del Líbano que a costa de miles y miles de mártires, han permanecido fieles a la fe y a la Iglesia por muchos siglos. Rafqa era hija única de un matrimonio maronita y había nacido en la villa de Himlaya el 29 de junio de 1832.
Cuando Rafqa tiene 7 años pierde a su querida madre. Su padre no puede mantenerla y a los once años la envía a trabajar a Damasco, a la casa de unos conocidos suyos. Rafqa regresa a los quince años a su hogar, en donde le recibe la sorpresa del segundo matrimonio de su padre. La niña de ayer es ahora una mujer madura, de fina espiritualidad y muy bella. Dos familias disputan duramente por obtener la mano de Rafqa para sus hijos. Ante esta situación, la joven libanesa decide hacerse religiosa.
Ella está confundida, no quiere entrar en religión simplemente para escapar del mundo. Necesita una señal de Dios y le pide con devoción a Nuestra Señora de la Liberación que la oriente en ese difícil momento de la vida. Rafqa experimenta en medio de sus plegarias, una alegría y una paz interior indescriptibles y con ello también la certeza de su vocación religiosa. A pesar de la oposición de su padre y de su madrastra, al poco tiempo ingresa a las Hijas de María y en la fiesta de San Marón, patrono de todos los cristianos maronitas, toma el hábito y hace su profesión.
En agosto de 1858, la joven religiosa es enviada al seminario de Ghazir para servir como cocinera, sus ratos libres los usa para perfeccionar sus conocimientos del árabe y de la aritmética. Después sus superioras la envían como maestra a numerosas escuelas de las montañas libanesas. Allí le sorprenden los sangrientos acontecimientos de la guerra civil entre maronitas y drusos, en la que ve con sus propios ojos como son asesinados muchos cristianos. La paz vuelve al Líbano, pero su corazón está inquieto. Ama la vida que lleva, sin embargo, experimenta un fuerte impulso a la vida interior que finalmente desemboca en la determinación de hacerse monja de clausura.
En 1871 ingresa al Monasterio de San Simeón al-Qarn a Aïtou. Aquí vivirá 26 años dedicada completamente a la oración, al trabajo en silencio y a la mortificación. Experimentaba los dolores de la pasión del Señor en su propio cuerpo. Sus hermanas, pensando que estaba enferma, la llevan a un médico para que la cure, pero este declara que no se podía determinar la enfermedad que tenía y decide no aplicarle ningún tratamiento. Por doce años seguirá padeciendo y ofreciendo fuertes dolores en todo su cuerpo.
Rafqa es elegida junto con cinco religiosas más, para fundar un nuevo monasterio. A los dos años de su traslado queda completamente ciega. La última etapa de su vida queda paralítica y prácticamente todo su cuerpo está lesionado. Ella se mantiene serena, ofreciendo sus dolores y agradeciendo a Dios le haya dado la ocasión de sufrir por amor, como Él lo hizo en la cruz. El 23 de marzo de 1914, el Señor la llamó a su presencia.
Fue canonizada por Juan Pablo II el 10 de junio de 2001.