José Cottolengo nació en Bra, un pueblo al norte de Italia, el 03 de mayo de 1786. Fue el mayor de doce hermanos y estudió en Turín hasta conseguir el diploma de doctorado en Teología. Fue muy devoto de Santo Tomás.
Ordenado sacerdote, celebraba Misa a las tres de la mañana para que los campesinos pudieran asistir antes de ir a trabajar, acuñó una frase que solía repetir a menudo: “La cosecha será mejor con la bendición de Dios”.
Al ser nombrado canónigo en Turín, tuvo que asistir impotente a la muerte de una mujer que dejaba varios huérfanos, porque le habían negado los auxilios más urgentes debido a su condición de extrema pobreza.
Esta experiencia le dio la idea de fundar una casa para aliviar el dolor de los más necesitados y de condición más humilde. Para ello vendió todas sus pertenencias y consiguió cinco piezas que le permitieron comenzar su obra bienhechora, que se inauguró dando albergue gratuito a una anciana paralítica.
“No importa, todo lo pagará la Divina Providencia”, era una de sus frases de cabecera cada vez que se daba asilo una persona sin recursos.
Cuando en 1831 estalló una epidemia de cólera en Turín, las autoridades del gobierno ordenaron cerrar la Casa del Padre Cottolengo con el argumento de que con tantos enfermos juntos el lugar se iba a convertir en centro de propagación de la enfermedad.
“A las hortalizas, para que crezcan más, las trasplantan. Así nos va a suceder a nosotros. Nos trasplantamos y así creceremos más”, exclamó San José Benito, y sin desanimarse partió de Turín hacia las afueras de la ciudad, a un barrio llamado Valdocco, donde fundó “La Pequeña Casa de la Divina Providencia”, en cuya entrada escribió una frase de San Pablo: “La Caridad de Cristo nos anima”.
Poco a poco se fueron levantando varios edificios donde se recibían toda clase de enfermos incurables. Una casa fue construida para personas con retraso mental, a quienes llamaba “mis queridos amigos”. Otra para atender a sordomudos y una para los inválidos.
Los huérfanos, los desamparados, los que eran rechazados en los demás hospitales, eran recibidos sin discriminación en la “Pequeña Casa de la Divina Providencia”.
Era admirable la fe ciega que el Padre Cottolengo tenía en la Divina Providencia, en ese cuidado paternal que Dios tiene de nosotros. Siempre repetía a sus ayudantes: “Nos podrán fallar las personas, nos fallarán los gobiernos, pero Dios no nos fallará jamás, ni siquiera una sola vez”.
El Padre José Benito Cottolengo, agotado de tanto trabajar, murió a los 56 años el 30 de abril del año 1842, cerca de Turín, Italia. Sus últimas palabras antes de morir fueron aquellas del salmo 122: “Que alegría cuando me dijeron: vamos a la Casa del Señor”. El Papa Pío XI lo declaró santo en 1934, junto con su gran amigo y vecino, San Juan Bosco.
Su “Pequeña Casa” se amplió enormemente y con el tiempo se fue conociendo como la ciudad del amor y de la caridad. El Papa Pío IV la llamaba “La Casa del Milagro”. Don Orione se inspiró en la Obra de este Santo para continuar su apostolado de caridad. Hoy el mundo la conoce con el nombre de “Cottolengo”.
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