Jeanne de Matel es la manifestación de una serie ininterrumpida de las experiencias del amor misericordioso, incondicional y gratuito del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo con esta sierva de Dios, sencilla y heroica a la vez, débil y fuerte, humilde y tenaz.
Oriunda de Roanne, Francia, Jeanne nace el 6 de noviembre de 1596 en la finca denominada el Castillo de Matel. Su familia paterna originaria de Florencia descendía de la antigua casa de los Cesari, que ocupaba un rango distinguido entre la nobleza toscana.
Jean Chezard, Señor de Matel es un hombre de carácter y valiente oficial quien llegaría a ser capitán de una campaña de caballería ligera. Por su amistad con los reyes Enrique IV y Luís XIII y por sus meritos al servicio del reino recibió la tierra señorial de Matel cerca de Roanne, en la región Iyonesa, donde contrajo nupcias con la señorita Jeanne Chaurier, mujer perteneciente a una excelente familia de Roanne, quien se distinguía por sus grandes cualidades y virtudes cristianas y por su piedad.
De este matrimonio nació Jeanne Chezard Chaurier, que fue un regalo de Dios y fruto de la oración y sacrificio de sus padres quienes después de haber perdido 4 hijos vieron nacer a esta niña, elegida por Dios para dar a conocer el nombre del Verbo Encarnado hasta los últimos confines de la tierra.
Ella misma reconoce este regalo y expresa que ha sido bautizada con un nombre que significa, gracia para que pueda decir con verdad lo que el apóstol: "Por la gracia de Dios soy lo que soy".
Desde pequeña Jeanne de Matel se siente fuertemente atraída por Dios y comienza a cultivar una amistad con el hasta llegar a experimentar ya en la juventud los mas altos grados de oración que la caracterizan como una de las más grandes contemplativas de la espiritualidad francesa del siglo XVII.
A los 11 años Jeanne quiere hacer su primera comunión pero dadas las costumbres de la época no se lo permitieron sino hasta los 12 años; sin embargo, en este tiempo Dios la atrae hacia si regalándole una gracia que recibieron solo quienes están muy adentrados en los caminos de la vida espiritual: “elevaste mi entendimiento por un vuelo de espíritu tan poderoso y dulce, que no hubiera querido volver nunca a la tierra”.
Junto a sus deseos de vivir una vida litúrgica intensa de participar en la celebración eucarística diaria de recibir a Jesús, de retirarse a la soledad y el silencio para orar y llevar una vida de austeridad y penitencia, Jeanne se dedica con empeño a las tareas más sencillas y humildes del hogar; a servir a su mamá, hermanas, hermanos y empleados de la casa, a prestar ayuda a los pobres y necesitados.
Hacia los 9 o 10 años, después de ayunar toda la cuaresma, Jeanne escucha en una ocasión un sermón sobre la virginidad, y resuelve permanecer virgen para seguir a Jesús, Verbo Encarnado. Este deseo lo confirma a la edad de 14 años y lo expresa a su Padre posteriormente cuando él decide comprometerla en matrimonio.
Después de haberse enfriado en su vida de piedad y devociones, a los 18 años Jeanne se acerca nuevamente a la fuente de la gracia a partir del día de la candelaria de 1615.
El primer domingo de cuaresma de este mismo año, el Señor le concede el don de comprender el latín de la escritura y al mismo tiempo entender el sentido de los libros sagrados: “Hija mía te quiero hablar por la escritura; por ella conocerás mi voluntad”. En seguida Jeanne de Matel recibe el don de la oración y se conmueve profundamente al meditar, por varios años en la dolorosa pasión de nuestro Señor y de su Santísima Madre.
El domingo de Resurrección de 1617 se vio a si misma llevando la cruz seguida de muchas jóvenes vestidas de blanco para adorar el altar donde Jesús Eucaristía reposaba por cuarenta horas. El 24 de agosto de 1620 día del apóstol san Bartolomé se ve revestida de una túnica blanca y lavada como si hubiera sido bautizada de nuevo en la preciosa sangre. Ese mismo día escucha estas palabras “Hija mía te he destinado a fundar una orden que lleve mi nombre que honrara a mi persona encarnada por amor a los hombres”.
El 25 de agosto del mismo año, en la oración tiene una experiencia nupcial que irá creciendo y madurando a lo largo de su vida: estar entregada a la contemplación, adoración del Verbo Encarnado, a la educación de la niñez y de la juventud y a dirigir espiritualmente a varias personas.
El 2 de julio de 1625, después de haber obtenido la autorización del R.P. Bartolomé Jacquinot, Jeanne de Matel deja el castillo de Matel y acompañada de dos jóvenes inicia la primera comunidad en una casa que habían desocupado las Ursulinas, escribe las primeras constituciones y, en 1627 se traslada a Lyón donde el arzobispo de Mirón le permite comenzar la orden que se establecería en medio de grandes contradicciones.
Sin embargo, ella fortalecida por la Palabra de Dios, en quien ha puesto toda su confianza, actúa siempre con la firmeza de quien sabe que la obra no es de ella sino de aquel que la ha enviado:
En 1633, el Papa Urbano VIII firma y expide la bula de fundación de la Orden, la cual no puede ser ejecutada en Lyón, por la actitud hostil y despiadada del cardenal arzobispo Alfonso de Richelieu, hermano del famoso ministro de Luís XIII. Sin embargo la Madre de Matel convencida de la voluntad de Dios, establece la orden en otras diócesis de Francia: Avignon, el 15 de diciembre de 1639, Grenoble, el 3 de junio de 1643 y Paris el 1° de enero de 1644.
Después de muchas penas y dolores el 1° de noviembre de 1655 el arzobispo Camilo de Neuville en la casa de la Colina del Gourgillon declara el establecimiento canónico de la casa de Lyón
En el intento de cumplir con la misión encomendada a ella por Dios se encuentra con toda clase de contradicciones inimaginables; pero al fin sus esfuerzos y trabajos son coronados con la realidad de ver a la Orden del Verbo Encarnado establecida en varios lugares de la tierra.
En medio de tantas contradicciones, invadida de una dulce y serena paz, la Madre de Matel entrega definitivamente su Espíritu al Señor la madrugada del 11 de septiembre de 1670.
Su vida es una invitación para cada uno de nosotros a “Vivir y anunciar la Encarnación del Verbo”.
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