Nacida en San Gregorio, un pequeño pueblo de montaña en la región de los Abruzzos, Italia, en 1880, Antonina De Angelis, quien como religiosa se llamará Sor María Ludovica, llegará al Puerto de la Ciudad de Buenos Aires el 4 de diciembre de 1907, para trasladarse inmediatamente a la Ciudad de La Plata, donde se incorpora al incipiente Hospital de Niños local.
Destinada al lugar más humilde del centro de salud, la cocina y la despensa, se ocupará de preparar los alimentos para internados y residentes.
Sor Ludovica comienza a visitar, primero esporádicamente y luego de manera más asidua, las salas de niños enfermos, descubriendo en ellas las carencias y necesidades que padecían, y consolándolos a todos con afecto maternal.
Tal fue su actitud, que en 1909 el director del nosocomio, la propone como administradora, cargo que la religiosa italiana intenta rechazar por no considerarse capaz.
Conociendo de cerca las carencias que el Hospital de Niños padece, sor Ludovica inicia una serie de obras tendientes a su ampliación. A partir de entonces, en el Hospital de Niños de La Plata "todo será obra concebida, dirigida y obtenida por la Madre Ludovica". Luego de una vida dedicada a los niños del hospital, sor Ludovica fallece en 1962.
Es el Hospital de Niños de La Plata que hoy lleva su nombre: Sor Ludovica.
En el año 2004 es beatificada por el Papa San Juan Pablo II, después de haber sido reconocido un milagro de curación en una niña platense de pocos años de edad.
Durante la homilía de la beatificación su Santidad Juan Pablo II destacó de Sor Ludovica lo siguiente: “Dios no nos ha dado un espíritu cobarde, sino un espíritu de energía, amor y buen juicio" (2 Tm 1, 7). Estas palabras de san Pablo nos invitan a colaborar en la construcción del reino de Dios, desde la perspectiva de la fe. Bien se pueden aplicar a la vida de la beata Ludovica de Angelis, cuya existencia estuvo consagrada totalmente a la gloria de Dios y al servicio de sus semejantes.
En su figura destacan un corazón de madre, sus cualidades de líder y la audacia propia de los santos. Con los niños enfermos tuvo un amor concreto y generoso, afrontando sacrificios para aliviarlos; con sus colaboradores en el hospital de La Plata fue modelo de alegría y responsabilidad, creando un ambiente de familia; para sus hermanas de comunidad fue un auténtico ejemplo como Hija de Nuestra Señora de la Misericordia. En todo estuvo sostenida por la oración, haciendo de su vida una comunicación continua con el Señor.”
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