Clemente Marchisio nació en Racconigi, el uno de marzo de 1833, el mayor de cinco hijos. Una familia como muchas otras. Su padre era zapatero.
Racconigi está llena de iglesias. En cada rincón hay una capilla o un campanario. Él crece en este entorno y es muy fácil imaginárselo atraído por este ambiente sagrado que lo lleva a frecuentar la iglesia de los dominicos como monaguillo.
En su futuro no caben las herramientas de zapatero de su padre, sino más bien el seminario como futuro sacerdote.
Necesita ayuda económica para poder estudiar y al final consigue ir a Bra, donde comienza su camino que lo llevará después a Turín, bajo la guía de San José Cafasso, el rector del Santuario de la Consolata y alma del Internado Eclesiástico para la formación de sacerdotes que dejarán huella en la historia de la iglesia universal.
Estamos a mediados del siglo XIX y éstos son los años extraordinarios de los llamados Santos Sociales piamonteses, de los que Marchisio forma parte a pleno título. Va a Cambiano durante un breve período como vicario parroquial, pero pronto deberá marcharse debido a su sinceridad con los feligreses que le provoca un montón de problemas. Después otra breve etapa en Vigone para llegar luego al pueblo en el que vivirá durante cuarenta y tres años: Rivalba. Su tierra prometida, el lugar en el que poder caminar, encontrar, predicar y fundar nuestro instituto.
Rodeado por el verde de las lomas turinesas, se convierte en su punto de referencia para el resto de su vida.
Como buen párroco que es, se ocupa lo primero de su Iglesia, que le hubiera gustado hacer completamente nueva pero que podrá sólo restaurar.
La relación con los feligreses se basa siempre en una extrema franqueza y en la coherencia que hace coincidir su pensamiento con sus acciones. Esta manera suya de hacer las cosas no siempre es fácil de aceptar, pero él se comporta como dicta el Evangelio: “Sí, sí o no, no”.
Manda construir un asilo infantil, piensa también en crear un taller textil para las muchachas del lugar para que así no se vean obligadas a tener que ir a Turín para trabajar en el servicio doméstico. Realiza una auténtica labor social, en línea con los numerosos sacerdotes piamonteses que quieren dar una respuesta a las emergencias de pobreza de sus gentes.
En 1875 funda la familia de las Hijas de San José de Rivalba. A su lado, desde el principio, cuenta con la ayuda de una mujer de Turín que sigue su sueño de fundación. Se llama Rosalía Sismonda.
Decide también restaurar un castillo milenario. Se convertirá en la cuna de la Congregación, el símbolo de todo lo que se ha desarrollado con el paso del tiempo.
Después, llega una intuición repentina que cambia radicalmente la indicación carismática inicial: El Padre Clemente quiere que las monjas se ocupen de volver digno todo lo que sucede en el altar. Inicia el trabajo de la producción de las hostias y del vino que se convertirán en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo.
Además de esto, la atención se dirige a todo lo que concierne el momento de la Celebración Eucarística, para dar la justa importancia y belleza al momento central de la fe cristiana. Por este motivo, las mujeres que se consagran en su familia religiosa empiezan a llamarse “las monjas de las hostias”..
En 1883, el Padre Clemente Marchisio inicia una presencia en Roma de la congregación, haciendo que el papa León XIII llegara a decir: “¡Esta vez, por fin, el Señor ha querido pensar en sí mismo!”
Hombre incansable, no deja de predicar, de viajar, de alimentar el espíritu de sus hijas, hasta el final, el 16 de diciembre de 1903. El mismo día asciende al Paraíso con él Rosalía Sismonda, señal de una sintonía perfecta y de una colaboración total.
San Juan Pablo II lo beatifica el 30 de septiembre de 1984.
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